Johanna Ortiz. Un nombre que quizás no suene demasiado para mucha gente que lea esto, pero es, sin duda, un nombre que produce un eco permanente en tu cabeza. De aquellos de los que no te olvidas jamás.
Es innegable que tiene mucha personalidad. De hecho, tiene una personalidad que asusta. Que asusta tanto que te enloquece. Que te enloquece tanto que te crea adicción. Y no hablamos de una adicción sana, sino de ese tipo de necesidad que te reitera a cada momento el sentimiento que producen las ganas de volver a verla.
Quizás se cruza en tu camino por casualidad. Si es que aún creemos en eso. Yo sí, pero creo que la casualidad es muy sabia. Una vez la hayas visto, recuerda, no la olvidarás. Es de aquellas personas que te gusta tener al lado. Que están ahí cuando tienes un día triste y se plantan en tu casa con una tarta de chocolate. Y no, no estoy hablando de una escena de la última ñoñada emitida en cines, sino de ella.
Le halaga que la escojan como la mejor vestida de Tuenti, red social de la cual sufre una casi enfermiza dependencia. Su relación con la moda va mucho más allá de gastarse todo su sueldo en ropa y cuidar sus estilismos al detalle. Tiene claro que su futuro profesional está ahí. Pero lo sabe ella y todos quiénes la rodean. El estilo no se labra, se tiene o no. Y a ella le sobra.
Adora su bolso de Prada. Aún más que los vestidos dorados, con flecos o lentejuelas. Que ya es decir. Cada noche la aprovecha para lucir nuevo outfit, para volverse loca, abrir su mente y que todo el mundo quiera irse con ella a cualquier otra parte. De esas personas que aún no se han ido, y ya quieres que vuelvan.
Y no digo todo esto porque hoy cumpla años. Tampoco porque sea la reina del pop –que lo es- sino porque es la reina de casi todas y cada una de las canciones que escucho.
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